Todo empezó con una sonrisa. Esa sonrisa.
No era una gran sonrisa. Estaba en blanco y negro. No era una sonrisa presumida, ni altanera. Era una sonrisa como otra cualquiera, al menos, quizá lo fue para ti. Quizá fue una sonrisa de tantas que ya habías esgrimido en tu rostro. Una de tantas que plasmaría el objetivo de aquella cámara que nunca conoceré. Pero fue la sonrisa.
Cuando la vi, sentí que necesitaba saber qué se ocultaba tras aquella sonrisa. Necesitaba saber quién era el que mandaba que se formase en las comisuras de su boca. Quería conocer la razón de aquella sonrisa. Mi corazón anhelaba saber quién eras.
Con el tiempo, no sólo deseé ver esa sonrisa. Con el tiempo, quise producirla. Quise conocer tu olor, tu sabor. Quise saber cómo sería besar esos labios. Quise sentir esos dientes mordiéndome suavemente, pero con decisión mi piel. Ya no podía contentarme con tu boca y tu rostro. Quería tus manos, tus brazos, el resto de tu piel.
A pesar de las dificultades, el Universo conspiró para concederme lo que deseaba. Pero cuando empecé a sentirme seguro de lo que se me había dado, cuando dejé de dar las gracias, me fue arrebatado.
Entonces, empezaron los Días Aciagos. Perdí la sonrisa, me di cuenta de que no era de mi propiedad, que, a fin de cuentas, era libre. Los pájaros y las sonrisas no deben enjaularse, porque mueren en cautividad. Por aquellos días, no deseaba la sonrisa. Bueno, sí, la deseaba, pero sólo si era yo el que la producía. Fueron días de mucho egoísmo y mucha tristeza.
Las lágrimas expiaron mi pecado. Y cuando cejé en mi empeño por poseer algo que nunca fue mío, el Universo tuvo a bien concederme aquella sonrisa una vez más. La recibí con los brazos abiertos, la mimé, la alimenté con besos y con bonitas palabras. Volvió a ser la sonrisa que yo recordaba, de esas que disipan las brumas.
La Historia de la Sonrisa no acabó ahí. La sonrisa sigue pudiéndose ver, y no en contadas ocasiones. A veces, aparece a la más mínima y provoca a su homóloga, en mi faz. Lo importante es que se produzca, no importa la razón.
Ha pasado ya mucho tiempo. Pero sigue siendo quizá la sonrisa más hermosa que he visto nunca. Cuando veo esa fotografía, recuerdo todo lo que significa, todo lo que hay detrás, toda la historia, todo lo que hemos vivido, y no puedo evitar sonreír.